jueves, 26 de abril de 2012

Dos Pájaros Contraatacan en Buenos Aires

Cuando tenía 9 años y nos habíamos mudado a nuestro nuevo hogar, mi mamá escuchaba a Serrat todo el santo día. Entonces todas (Madre, hermana y yo) escuchábamos a Serrat. Ese viejecito lindo y tierno se me incrustó en mi cerebro, y empezó a gustarme. Y terminó gustándome más.
Me enteré que Serrat y Sabina venían a Buenos Aires con su Recital "Dos Pájaros Contraatacan" y compré entradas para llevar a mi vieja. Cuatro meses después, llegó la cita en el Luna Park.
Llegamos a los alrededores casi 2 horas antes (somos muy organizadas y obsesivas). El estacionamiento para recitales costaba 70 argentinos, y mi moisheada tiene un origen compartido, hereditario y podríamos decir, genético. Madre no quería pagar ese valor así que luego de dar unas vueltas encontramos un espacio en la calle, con parquímetro. Y festejamos haber cagado juntas al sistema. Hicimos High Five por los 70 pesos que nos ahorramos (que se ahorró, mejor dicho) y nos fuimos a tomar algo. ¡Hicimos negocio, Samuel!
Luego de una cena costosa en Starbucks, que a mi humilde entender "is over-rated", nos dirigimos al Luna Park. Estábamos contentas por compartir este momento y mi mamá hacía su show contándome anécdotas recientes (esto también es genético) mientras las actuaba en cuerpo y alma levantándose de su asiento.

Al rato, llegaron Ellos. Los pájaros en versión animación computada nos hicieron reír con las voces de Serrat y Sabina, en una introducción del maravilloso recital que estaba comenzando.
Abrieron a toda máquina con "Ocupen su localidad - Hoy puede ser un gran día" y el público los recibió con aplausos, gritos y declaraciones de amor.
Sabina movía sus patitas flacas con bailes cómicos y hacía zapateo americano mientras las coristas bailaban coreografías y movían sus manos y caderas cual bailaoras de Flamenco. 

Cada uno con su sombrerito: uno bombín, el otro estilo tanguero. Serrat, con su guitarra criolla, dulce y tierna. Y Sabina, con la suya bicolor, blanca y negra, moderna, guarra y muy rock & roll, que luego cambió por otras de igual estilo sabinesco. Uno con pantalón chupín y remera carcelera - no hace falta decir quién - y el otro, con pilcha muy clásica. Tan diferentes y sin embargo, ¡tan buena pareja! 

La mitad de los espectadores le gritaba a Sabina, y la otra a Serrat. ¡Los viejitos tienen arrastre!
Con movimientos toscos Serrat, y Sabina emulando a Mick Jagger con sus pasitos de baile y su deliciosa postura corporal, vestidos de traje blanco y moñito, fueron La Orquesta del Titanic, cantando sobre un fondo de escaleras del salón principal del barco hundido, con introducción de Murdock, integrante de los Les Luthiers. 

El escenario se teñía de colores según el humor de la canción: rojo, verde, azul, celeste, dorado... Y las luces blancas nos invitaban a cantar los coros. En una sola voz, los 13.000 espectadores cantamos claramente la letra de la ocasión. 
 
Mientras tanto, las vejetas de cincuenta y pico desafinaban a mi derecha y a mi izquierda. Mi vieja incluida. Yo entiendo: era la pasión y el amor por ese señorcito de sombrero tanguero y sonrisa simpática. 
Nos regalaron "Algo Personal", "Mediterráneo", "No hago otra cosa que pensar en tí", "Señora" y muchas más.

Luego de un cambio de vestuario, Serrat salió vestido de negro: moderno, con remera y saco negro, ¡el viejecito estaba sexy! "¡Qué lindo que es!" me dijo mi mamá, como una adolescente, pero más con ternura que calentura. Y yo disfruté verla así, feliz e ilusionada, y habernos regalado ese momento. 
En cada monólogo, Serrat bardeaba a Sabina, y Sabina a Serrat. Cada uno tuvo su tiempo de "solo" y luego cantaron a dúo. 



Ellos no dieron solamente un recital. Ellos hicieron un show: nos recitaron en lunfardo, hicieron monólogos de humor, nos sorprendieron con varios cambios de vestuario, nos mostraron que conocen nuestras costumbres argentinas, y bromearon sobre el conflicto Repsol. Sabían de los Wachiturros y de Zulma Lobato y comentaron acerca de la pelea sobre el subte entre Macri y Cristina. Y como frutilla del postre, Serrat hizo malabares con pelotitas de tenis. Todo esto, en un intento por ganarse nuestros corazones, como si lo precisaran. No fue un recital, no. Fue una experiencia, una vivencia. Un momento compartido a atesorar.
Mi mamá estaba feliz, y eso era todo lo que me importaba. Bailaba en su asiento meneando sus hombros, cantaba cada canción, aplaudía, sonreía y reía. Le gritaba a su ídolo al final de cada tema y cuando él cantaba, mi mamá se acercaba al borde de su asiento como deseando acortar la distancia entre ella y su ídolo. Me dio ternura y acaricié su espalda disfrutando verla feliz.
Llegó el final del encuentro y con "Cantares" nos miramos cantando a coro. Es que Serrat me conecta a mi vieja de un modo especial: en nuestro primer hogar con paz, sólo se escuchaba a Serrat (y a Valeria Lynch). Fue un recital con sabor a niñez.
Serrat y Sabina se fueron. Los Pájaros animados se despidieron y el público pidió un Bis. Luego de un rato, accedieron y nos dieron más pero luego volvieron a irse. "Van a volver, vas a ver, yo los conozco", dijo Madre. Y tenía razón. No sólo nos dieron el bis, sino también un tris. Un tema mejor que el otro, la excitación colectiva se sentía en el aire. Todos estábamos contentos. Parecíamos miembros de una ciudad pacífica, hasta que el recital terminó. Los pájaros, desplumados y agotados, se despidieron tirándonos besos.

Nos fuimos caminando por la calle Bouchard, recordando cómo nos acompañó Serrat en nuestra nueva etapa, allá por el año 1986, y en adelante.
Casi 200 dólares en dos entradas para ver a estos dos pajarracos maravillosos y recordar cómo éramos y dónde estábamos 26 años atrás (¡caramba, que estoy vieja!). Nada de eso tiene precio. 
Serrat es sinónimo de familia, hogar, niñez, crianza y remo. Te amo, vieja. 
Ésta fue para vos.

PD: Al volver al auto encontramos una multa y esta notita:
PD2: Me cago en los parquímetros porteños.

PD3: VISA nunca me cobró los 200 dólares de las entradas.


viernes, 20 de abril de 2012

Viví la Aventura: subite al subte porteño

Viajar en el Subte Porteño es toda una aventura. Como turista. Ahora… ser porteño y estar condenado a viajar día a día en el subte, es un verdadero castigo. Ser argentino duele. Y ser porteño, más.
En primer lugar, atravesar las puertas del subte en verano provoca un acto reflejo: el tufo a ser humano concentrado lleva tu cuerpo imperceptiblemente hacia atrás en un intento de resistirse a lo que lo estás sometiendo. Es que el desodorante y la ducha diaria no son prácticas habituales de algunas personas y en pleno verano es cuando más se nota.
El efecto sardina que pega tu cuerpo a los cuerpos ajenos, te permite experimentar sensaciones nunca antes vividas: sentís la calidez humana, su piel, su aliento. ¡Todas cosas que detesto! ¡Bañate, viejo! ¡Lavate la cabeza! ¡Usá Colgate Total 12, loco! 

contacto cuerpo a cuerpo
brazo atraviesa cerebro ajeno

Yo entiendo que en el verano la temperatura del subte es como de 50 grados, pero no da que los hombres vayan en camiseta y voy a explicar el por qué: si no consigue asiento, el susodicho debe viajar, obviamente, parado. Un acto natural entonces para acompañar los vaivenes del transporte es subir su brazo y tomarse de las agarraderas. ¿Y qué ocurre? ¡Vemos su chivo! ¡Eso no es sexy! ¿Alguna mujer le dijo a un hombre que es sexy el pelambre de su axila? No. Entonces, ¿por qué lo exhiben con tanto orgullo? No entiendo… ¿Hay alguna equivalencia del tipo ´cuanto más pelo tiene la axila, más grande el miembro viril´?

Por mi parte, como mido 1,56 m y no llego a las agarraderas, no me queda otra opción que dejarme sostener por los cuerpos ajenos y ejerzo el “hay que apechugar y bancársela”. No me gusta el contacto de mi piel con otra piel en el pequeño espacio de un subte sobrepoblado, tengo un leve OCD (TOC, en español). Siento en mis poros el mal olor popular compartido, que resulta de la convivencia fortuita con personas NN. ¿Queda mal tirarle perfume al de al lado? Recién bañada y perfumada, siento las gotitas de sudor rodar por mi cuerpo y estoy lista para volver a ducharme donde sea.

Y luego de un tiempo de investigación, traigo para ustedes Los Infaltables: personajes del subte que le dan color a la aventura. A continuación, el detalle:
  • Los D.A. (Depravados Anónimos). En esta categoría tenemos unos cuantos con perversiones distintas.
o   Está el rozador, aquel que disfruta con pasar una parte de su cuerpo por la tuya, como quien no quiere la cosa. Y se hace el gil escudándose en el poco espacio que hay.
o   Luego tenemos al apoyador, creo que no hacen falta las explicaciones, pero por las dudas: una siente algo en ese espacio maravilloso que tenemos las mujeres por encima de nuestro trasero, donde muchas tienen un tattoo (es que como soy petisa, los paquetes ajenos me llegan a esa altura). No sabemos si es una valija, una linterna, o si el señor está alzado. Pero como no podemos movernos para comprobar qué es, nos quedamos piolas y silbamos bajito.
o   El contactador. A este señor le gusta sentarse a tu lado aunque haya todo un banco de asientos libres. Vos te movés hacia la izquierda, él también. ¿No entiende que si te movés no es para que él se mueva también? ¿Qué tiene el latino que necesita tanto contacto humano? Él disfruta de tu cuerpo, el contacto de tu ropa, tu perfume. Y se hace la fantasía de poseerte en el subte, allí frente a todos. Luego te das por vencida, y te cambiás de asiento y la misma dinámica comienza con la pobre mujer que se sienta a su lado.
  • En la esquina del subte suele sentarse el oloroso sin causa. Al principio imperceptible pero luego penetra tus narinas. El señor huele a orina, a chivo o simplemente a humano que no se duchó en una semana entera. Es preferible viajar parado, lejos de él, que disfrutar del alivio del asiento.
  • Los músicos de alma. Ellos van con sus auriculares en sus oídos pero nos dan un show por el que no pasan la gorra: cantan en voz alta para todos. No importa si afinan o no, ellos comparten el amor por la música. Y el otro, el cumbiero sin causa, que en plena mañana te clava una cumbia con su radio portátil a todo volumen. Y es allí donde mi instinto asesino aparece (y me preocupa).
  • Estos son personajes con los que me fui encontrando durante estos meses de investigación y para los que aporto pruebas irrefutables:
o   el levanta quiniela: lleva una libretita inentendible con códigos y números y vigila de reojo que no estés mirando. Pero claro, no cuenta conmigo y mis estrategias sacafoto en lugares públicos.
o   el pianista: él escucha música, pero no canta. No. Toca el piano. Un piano invisible que sólo él conoce y puede ver. Sus dedos vuelan y se mueven al ritmo de la música. Y tocan una melodía maravillosa (no te pierdas el video). En esta misma categoría tenemos al air guitar,  pero no tuve la suerte de poder filmarlo.

  • Y por último, el roba asientos descarado. Y aquí incluyo a los hombres. En el pasado, este accionar correspondía sólo a las viejas chotas que corrían desde la otra punta del subte hasta el asiento que veían desocuparse. Pero ahora, los hombres han perdido toda caballerosidad y luchan por el tan preciado lugar a la par de las mujeres. Esto es una selva, señoras y señores, y yo también tuve que aprender. Me volví una capa robando asientos. La clave es: “si usted quiere robar un asiento, no mire a los ojos a quien le está robando. No quiera alimentar su placer viendo la cara de culo del asaltado, no quiera regocijarse con el dolor ajeno o con la victoria de un hurto del que salió sin culpa y cargo. Robe sin mirar atrás y disfrute de su asiento”. 


domingo, 15 de abril de 2012

Mi Primera Vez en El Monumental

Esta nota fue publicada en el Diario Olé, aquí.

Sábado 15 de Abril de 2012
El camino desde Olé hasta El Monumental nos llevó por el Río de la Plata color caca y con veleritos blancos en el horizonte. El panorama y el pronóstico de lluvia aventuraban un partido de mierda. Tampoco ayudó nuestro remisero, que entrado en años, sordo y medio chicato esquivaba los autos como si estuviéramos en los autitos chocadores del Italpark. “Esto viene jodido, lo sé”, pensé.
Llegamos al estadio millonario: pisos alfombrados, paredes impecablemente pintadas y butacas vestidas de pana para los ricachones. Ah, bueno, acá hay tarasca, parece. Con mi compañera de ocasión, Verónica Drygailo, visitamos las cabinas de radio donde los señores, armados con sus micrófonos y walkie talkie tecnológicos, nos recibieron con aroma a hombre. Concentrado.

Llegamos justito, a 5 minutos de comenzar el partido. La cancha estaba al 80% de su capacidad: casi 50.000 personas vestidas de rojo y blanco concentradas en las gradas, cantando a una sola voz, esperando a sus ídolos entrar por las mangas mágicas del estadio. Hay que buscar dorima acá, chicas.

El locutor comenzó a indicar el número de camiseta para cada jugador y la hinchada enloqueció al nombre de Trezeguet. Yo le doy 3 Tangas, en mi escala del 1 al 5. Estaba sentada tan cerca de los jugadores que podría haber tocado ese maravilloso y duro trasero de Cavenaghi, pero no me animé. Un par de partidos más ¡y no respondo de mí!

El plantel de River hizo su aparición y su hinchada, fiel y seguidora en la desgracia, le dio la bienvenida con gritos, platilllos y papelitos. Medio amarrete el papel picado, comparado con la explosión de La Bombonera. A ver si te ponés con unos morlacos más, Pasarella. ¿No son millonarios, acaso?
Huracán apareció en la cancha y la hinchada le chifló como si fuera el Anticristo. Vestidos de blanco, más que futbolistas parecían heladeros. Cero sentido de la moda estos pibes.
La verdad es que el primer tiempo fue más aburrido que chupar un clavo. En el entretiempo me fui a morfar, como no podía ser de otra manera. Al mejor estilo Millonario, mi hamburguesa vino envuelta en papel metálico, todo muy higiénico. E insípido. Nada que ver con la hamburguesa roñosa de La Bombonera, entregada en mano mugrienta por el vendedor, pero deliciosa como la puta madre. Esta hamburguesa, como el partido, tenía gusto a nada. Prefiero la roña de Boca con sabor a pimienta y gol. ¡Pongan huevo, muchachos! ¡Dejen un cacho la corrección y métanse en el fango!

13 minutos después del segundo tiempo llegó el primer gol – aunque en contra. Y ahí, señoras y señores, ahí festejé con patada, puñetazo y grito. Festejé con el alma, como mina 100% con gritito agudo y movimientos torpes. Los muchachos de Huracán se pusieron de culo, tanto que les rajaron un jugador con la deliciosa roja. ¡Que se curtan!
20 minutos después, Cavenaghi nos sorprendió con el segundo gol y lo único que pude pensar fue: “Boca, la tenés adentro”.